1. Los hijos
no son jueces ni umpires.
No debes colocarlos en posición de juez acerca de
quién tiene la razón o quién tiene la culpa. Tampoco es bueno que le pidas
opinión sobre temas que son de ustedes.
Las cosas de
los adultos deben quedar entre ellos. No es sano que compartas detalles de la
vida íntima o de la separación con tus hijos.
Verte llorar muy seguido o con síntomas visibles de gran
tristeza no les hace bien a tus hijos. Si sos capaz de adaptarte a la nueva
situación, tus hijos también podrán hacerlo. Si bien la tristeza es una de las
emociones humanas, cuando se instala es un síntoma de que algo no anda nada
bien, e incluso puede estar manifestando la presencia de una estructura
psicopatológica muy grave (Depresión).
Trata de
estar lo más “entero” posible delante de tus hijos, sobre todo en los primeros
tiempos luego de la separación. Si con recurrencia no logras estar bien o las
emociones te superan, busca ayuda profesional o alguien de confianza con quien
poder hablar de lo que te pasa.
3. Quitar
culpas imaginarias en tus hijos.
Es recomendable que los padres, de manera
conjunta, hablen con sus hijos explicándoles que van a dejar de vivir juntos (o
que dejaron de vivir juntos) y que ellos no han tenido nada que ver en su
separación ya que fue una decisión tomada por cuestiones relativas a la pareja,
que el amor y el cariño por ellos seguirá siendo igual que siempre.
Muchos niños
asumen el divorcio de sus padres con algún sentimiento de culpa y/o
responsabilidad, y esta es una carga que
podemos sacarles por completo.
4. Dejar de
ser un padre culposo.
A veces pasa que nos sentimos culpables por la
separación, porque fuimos el/la que decidió separarse o porque sentimos que se
“rompió” la familia. Lo que se terminó fue la pareja, pero cada miembro de ella
seguirá siendo madre y padre de sus hijos.
Este
sentimiento parental culposo, muchas veces, da origen a conductas
compensatorias con los hijos, queremos remediar su malestar o sufrimiento, volviéndonos permisivos y/o comprándole cosas
nuevas para distraerlos y “alegrarlos”. Este tipo de actitud no colabora con el
normal procesamiento de la nueva situación que les toca afrontar a los niños,
además los confunde y mal-enseña, ya que les estamos diciendo que el dolor se
puede tapar con una cosa, o que el dolor se neutraliza con un nuevo juguete, y
esto es falso, pasado el momento de distracción con el nuevo chiche, el dolor
vuelve. Otra consecuencia de este tipo de actitudes compensatorias es que los
chicos aprenden a ser grandes estrategas de la manipulación: llorar a moco
tendido = juguete nuevo; puchero con ojo-de-gato-con-botas = paseo con helado
incluido, etc.
Muchas veces
proyectamos nuestro propio dolor en nuestros hijos y lo que verdaderamente
queremos reparar es nuestro propio sufrimiento.
5. Los hijos
no son “trofeos de guerra”.
En ocasiones sucede que alguno de los padres, luego
de la separación permanece con
sentimientos de rencor, odio y venganza contra el otro progenitor y suele
utilizar a su/s hijo/s como instrumento de ataque a su ex pareja. Dicen cosas como, por ejemplo: “este fin de
semana no te los vas a llevar porque no quiero”, o directamente: “no vas a
volver a ver a tu/s hijo/s”. Con este tipo de acciones, los principales damnificados
son los hijos, presos y cautivos de una guerra sin cuartel que los trata como
objetos y trofeos de guerra.
Este tipo de
conducta es una forma maltrato
psicológico infantil que tiene una tipificación en el código penal (por
privación afectiva ilegítima): Impedimento de contacto (Ley 24.270).
Lo ideal en
este tipo de casos es que se recurra a un profesional de la salud mental (y
jurídico si hiciera falta), ya que cuando se ha llegado a efectuar este tipo de
acciones las barreras que se han cruzado son difíciles de volver atrás sin
ayuda, y el tratamiento psicológico se hace necesario tanto para los padres,
como para los hijos.
Lic. María
Emilia Gallardo Barreyro
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